
Estábamos de cacería, las armas en la mano avanzando sigilosos. Yo no usaba carabina, prefería la seguridad de mi Mágnun 357 en una mano. El poder del mortero.
Me arrastre por el pasto, sabía que la bestia estaba cerca. Podía olerla. De repente la tuve cara a cara. Sentía la respiracón. Fijó sus ojos en mi, no me lo esperaba, era su vida o la mia. El terror, el miedo a la muerte.
Tiré el percutor para atrás y pude contemplar sus dientes, cerré los ojos y tiré. Tiré desesperado tres, cuatro, los siete disparos. Siete proyectiles que hicieron blanco en el cuerpo del animal. Al sentir los disparos, mis compañeros corrieron al lugar donde yo estaba, de pie, orgulloso frente al cadaver. Alguien comentó:
"¡¡Pobre conejo, así no lo podemos comer, está destrozadoooo!!"
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